martes, 22 de septiembre de 2009

PERRA VIDA



¡Ahí están! señala un hombre con overol azul que mira con un dejo de asombro, claro está, si ante sus ojos incrédulos por fin logra divisar a “La Pandilla de Perros”, él creía que era un mito urbano (al igual que sus colegas que lo acompañaban), por las características de las historias que en mas de alguna oportunidad había escuchado cuando seguía su pista, pero ahí están una jauría de 12 perros paseando y sembrando el terror entre los transeúntes del puerto de Valparaíso.

Cada uno de estos perros tiene su propia historia, sin embargo tienen algo en común, no nacieron para delinquir, pero han sido victima de las circunstancias. Nacieron sin familia, algunos fueron adoptados pero al tiempo sus amos (su familia) los abandonó a la suerte de la calle, ahora son hijos de la calle, hijos de las inclemencias del tiempo, de los cambios extremos de temperatura, hijos de la vida, sin techo y sin comida y lo que es peor sin familia. Ahora se adoptaron entre todos formando una pandilla que es su familia. El líder de la banda llegó a la casa de un parroquiano que vivía cerca de la iglesia la matriz en plaza Echaurren, fue cuidado por su amo hasta que se cansó de él y lo abandó a su suerte, de vez en cuando llegaba hasta lo que un tiempo atrás era su hogar, pero su ex amo lo rechazaba y lo abandonaban una y otra vez. Ya en la calle y convencido de que nadie lo cuidaría, éste recibió estoicamente su destino y se echó a las andanzas.

“El Ronco” líder de esta banda tiene una particularidad y es que cuando ladra se escucha en un par de cuadras a la redonda, pero cuando la mayoría de las personas duerme de madrugada se logra escuchar sus ladridos y aullidos a más de cuatro cuadras a la redonda. Es un flaite de tomo y lomo y se ganó el respeto de sus pares producto de una pelea callejera con “El Negro” “un choro del puerto”. Producto de aquella pelea el ronco se apoderó de la banda y como era de esperar el negro fue desterrado y ahora vaga cabizbajo por las calles del puerto de Valparaíso. Cuando este se llega a topar con la banda del ronco no le queda otra que bajar su cabeza y ser ninguneado mediante unos cuantos ladridos.

El ronco no se las llevó pelas, puesto que producto de esta disputa, éste quedó con una cicatriz en su rostro, que le acompaña día a día en sus fechorías junto a sus secuaces. Se dedicó a esto de la delincuencia cuando fue abandonado al igual que todos los perros de su banda, necesitaba comer y abrigarse en los lluviosos y fríos días de invierno, fue así que comenzó “asaltando” a los comensales que se apostaban en las terrazas de algunos restaurantes de Valparaíso.

Vagaba sólo por las calles del puerto mendigando un pedazo de pan y que amablemente le podían ofrecer algunos indigentes de Echaurren. Al tiempo después de sus andanzas y ante la disputa de terreno, se encontró frente a frente con el negro, quien obviamente lo conminó mediante unos ladridos ensordecedores a salir de su territorio. Éste que de leso no tenía nada y menos de maricón, sacó un ladrido aún más potente que el negro y se echaron a pelear. Pelea de choros, choros del puerto. Y que al cabo de una hora ganó el ronco, transformándose casi por una casualidad en el Capo di tutti capo de la pandilla de perros mas temida del puerto. Ahora de ser un perro solitario pasó a formar parte de una familia delictiva, pasó de “asaltar” a los desprevenidos comensales del barrio puerto a “asaltar a transeúnte que se cruzara por su camino, junto a sus seguidores en masa atacaban a sus victimas (principalmente a los que caminaban cerca del mercado con la vianda de almuerzo), sin piedad y sin temor a ser “arrestado” por el Departamento de Medio Ambiente de la Municipalidad de Valparaíso, y que como pena máxima lo sentenciarían a la pena de muerte junto a sus secuaces. ¡Ahí está! Se escuchó nuevamente. Tal como lo deparó su destino que nació de la casualidad, quien gritaba era un funcionario municipal que hacía tiempo que andaba tras su pista y pillarlo flagrantemente cometiendo un acto ilícito, claro está, si lo pillaron chanchito con las manos en la masa junto a sus secuaces arrebatándole una vianda con comida que llevaba un portuario, mientras el pegaba el lanzazo los demás miembros de su clan intimidaban a la victima. Cuando el ronco escuchó nuevamente la misma voz inquisidora ¡no te escaparás!, miró a su alrededor y notó que sus días estaban contados, estaba totalmente rodeado por un cordón de funcionarios municipales quienes provistos de varias herramientas de sometimiento lograrían poner fin a su carrera de choro. Lo arrestaron, sin antes, luchar cuerpo a cuerpo con él, no se dejaba dominar y tras dar varios sapazos y mordidas sucumbió ante la violencia “policial”.

Ahora el ronco cumple condena a la espera de su sentencia definitiva en un canil del Cerro Cárcel, junto a sus yuntas, a sus compinches, a sus socios delictivos, a sus secuaces, a su familia.

El ronco enfrentará a la justicia de una vida injusta, el no pidió nacer en esta vida, él no pidió ser adoptado y abandonado, el no pidió ser un “choro del puerto”, él sólo quiso sobrevivir en este mundo irresponsable y poco afectivo. Él no enfrentará un debido proceso, pues no contará con un defensor público ni mucho menos con distintas instancias que da la justicia a los ciudadanos para poder defenderse. Él enfrentará a la justicia sólo y deberá pagar por un crimen que es el haber nacido sin haberlo pedido y vivir como a nadie le gustaría, deberá enfrentar probablemente la pena de muerte, esta misma que se abolió para los ciudadanos (supuestamente humanos) pero para los animales no.

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